imagen: http://goo.gl/ktgfhv
Si bien es cierto que tanto la familia como la escuela son
considerados los principales sistemas sociales de desarrollo que contribuyen de
manera directa e indirecta en el aprendizaje, actualmente se enfrentan a un
reto sustancial: lograr aprendizajes significativos sólidos en los niños y
jóvenes que vayan a la par con las transformaciones sociales y culturales de
hoy en día.
¿Pero estamos ejerciendo acciones articuladas que tributen
al aprendizaje significativo de nuestros hijos y estudiantes?
Este cuestionamiento
más allá de una pretensión de responsabilizar a “alguien” más bien es un
referente, un punto de partida para evaluar y reevaluar nuestras acciones como
padres y/o educadores donde más allá de asumir
un papel de facilitador o mediador del aprendizaje, nos transformemos
en lo que denomino: propulsores del
discernimiento, es decir; expandirnos
y centrarnos en un aprendizaje significativo
para la vida, en educar a nuestros hijos y estudiantes como persona y SER
humano, no solo como seres conceptuados y receptores de información, sino en
seres sociales, empáticos, sensibles, responsables, capaces de tomar decisiones
para sus vidas presentes y futuras a partir de una información previamente
discernida y aterrizada a su realidad, aspiraciones, necesidades e intereses y
competencias cognitivas.
Es un hecho que los niños y los jóvenes de este nuevo
milenio, no son los mismos de unos años atrás; cuentan con más fuentes para
accesar a información y ser altos receptores de la misma, tienen nuevos
intereses, nuevas expectativas y medios sociales de interacción así como
estilos de aprendizaje más prácticos. Padres y educadores al ser propulsores
del discernimiento, el papel y ejercicio diario, es aprovechar las realidades,
información, fuentes y estímulos cotidianos de aprendizaje para interactuar de
manera autónoma, reflexiva y analítica, generando en la práctica diaria el
sentimiento de resolución, el “ser capaces” de discernir en la práctica lo que
quieren para sus vidas y el asumir las consecuencias de estas.
Esto representa obviamente para los adultos responsables de
la educación (familia-escuela), el asumir realmente roles activos,
participativos y comprometidos, Reuven Feuerstein afirma: “La esencia de
la inteligencia no radica en el producto
mensurable, sino en la construcción activa del individuo”. Por esta razón no
solo debemos conformarnos con que nuestros hijos y estudiantes sean única y
exclusivamente fuentes de conocimiento y recepción de información sino ir más
allá, en participar en la educación y en su aprendizaje para que esta sea una
experiencia significativa.
Valeria Salmain nos dice:
“El adulto se borra también en la mediación entre los niños
(y adolescentes) y los objetos, tal como
lo señala Hebe Tizio. Y así, dejados solos bajo la primacía de los
objetos, los niños (incluso pequeños) y
adolescentes se atiborran de comida basura o golosinas; se enganchan sin
límites a las consolas o el televisor... Los adultos retroceden, se borran, ceden, en
la medida en que no pueden sostener o contener”.
Es por esto que la
vinculación familia – institución, presupone una doble proyección: la institución
proyectándose a la familia para conocer sus posibilidades y necesidades, las condiciones reales de la vida del estudiante y orientar
a los padres para lograr la continuidad
de la tarea educativa. La familia proyectándose a la institución para ofrecer
información, apoyo, sus
posibilidades como potencial educativo. Se trata de una vinculación que se
plasme en un plan de intervención con un
común denominador (la formación integral), con objetivos y estrategias
similares; en una conjugación de intereses y
acciones. Desde esta perspectiva queda clara la idea que la labor y
acción educativa es de todos, más no es sectaria, no le corresponde solo a la
sociedad o a la escuela o solo a los padres, es de todos (de manera exclusiva
de los entornos que favorecen en esta acción al niño o joven).
Para que este aprendizaje sea un hecho, se necesita
imperiosamente generar espacios para la reflexión y el diálogo utilizando la “palabra” como
instrumento indispensable para
comunicarnos y “dar sentido al sin
sentido”, y esto debe de generarse tanto en el aula de clase como fuera de ella,
pasillos, recesos, sobremesa de una cena, almuerzo, picnic, antes de dormir, a
través del juego, , en la cotidianidad, con temáticas que no solo presupongan
¿cómo te fue en la escuela o colegio?, sino realmente que fundamenten sus bases
en el conocimiento real y claro de sus hijos y estudiantes (aspiraciones,
miedos, anhelos, moda, etc.), incluso a partir de temáticas bizarras o tabúes,
porque sus hijos y estudiantes las conocen, sin embargo no cuentan con el
puente y anclaje de discernimiento real y significativo para su verdadero
aprendizaje emocional y conceptual.
Sólo si hay preguntas, inquietudes, necesidades, curiosidad,
puede haber respuestas y por lo tanto
aprendizaje. Sólo si hay confianza y diálogo puede haber preguntas. Y
para que haya un diálogo verdadero es
necesaria la confianza en la escucha mutua, solo de esta manera propiciamos más
que una mediación de aprendizaje significativo, propulsamos el aprendizaje como
tal.
Y es allí donde se van construyendo experiencias, los aprendizajes
comprensivos, los valores, la autonomía
y la reflexión para que cuando este sujeto sea adulto y deba vincularse
con los demás, desde su rol de adulto,
lo haga desde la integridad, el pensamiento, la razón y la ética.
Elaborado por:
Psic. Reh. Vanessa Huayamave
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