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7 sept 2017

El ejemplo tiene más fuerza que las reglas



En la familia se aprende a querer y a convivir, se adquieren valores y criterios morales, pautas de comportamiento o conductas para regir la propia vida. 

Como sabemos el niño no nace siendo desde el inicio un ser completamente social y mucho menos independiente. Progresivamente el niño va incorporando y comprendiendo el mundo social que lo rodea. La influencia de la familia tiene especial repercusión en las primeras edades. En ellas el niño es más receptivo y moldeable. Además, es prácticamente la única y continua convivencia que recibe o, al menos la principal. Es en estos años cuando el niño elabora sus primeros patrones de conducta y llega a la escuela con una serie de hábitos y conocimientos que son resultado de las experiencias vividas en el hogar.


Desde la más temprana infancia, los niños se identifican con sus seres más queridos. Esta identificación es básicamente afectiva ya que desean ser como el padre, la madre u otras figuras de cuidado tomándolos como modelo a imitar. Hay que destacar que estas primeras identificaciones lo marcarán para siempre y por este motivo los padres debemos ser cuidadosos en relación con lo que hacemos y decimos.


Los niños imitan los comportamientos positivos  o negativos de sus padres, nos observan constantemente y  “toman apuntes” de cómo nos relacionamos con los demás, de compartir la mesa,  de pedir las cosas, de cooperar, de ayudar a los demás, de defender, de reclamar, de tolerar y aceptar. Por este motivo delante de ellos, hay que poner especial cuidado en lo que se dice y cómo se dice.


Va a ser muy difícil que podamos ponerles límites si nosotros nos comportamos como si no los tuviéramos, ni podemos exigirles comportamientos que difieran contradictoriamente de la manera en que nos conducimos los adultos. Un ejemplo sencillo sería exigir a nuestros hijos que coman verduras y no comida chatarra en beneficio de su salud y nosotros no lo hacemos. Los niños se dan cuenta muy pronto de que no siempre los padres predicamos con el ejemplo. Por este motivo es importante resaltar la coherencia de los padres entre lo que exigen y lo que hacen, entre lo que exigen a sus hijos y lo que se exigen a sí mismo.


Recordemos que los padres educan con sus palabras, pero mucho más con su ejemplo y forma de ser.