El trabajo del psiquiatra René Spitz es conocido por los hallazgos que obtiene en lo que denomina “hospitalismo” en donde un niño/a recién nacido muestra signos de deterioros psicosociales cuando no cuenta con el vínculo materno fundamental durante los primeros meses de vida. Sus investigaciones se extendieron en orfanatos donde constata que los daños a nivel emocional son irreparables cuando las condiciones sociales que giran alrededor del niño no favorecen a tal desarrollo, principalmente cuando no cuenta con cuidadores que sostengan el afecto y el vínculo emocional con los niños. Otros teóricos como John Bowlby en su obra Maternal care and mental health resalta los efectos de lo que se denomina “deprivación materna” en los procesos de estructuración psíquica. Bruno Bettelheim, llegó a trabajar también sobre la importancia del vínculo materno con sus hijos pero llegó a tal extremo de afirmar que las “madres neveras” son causantes del autismo.
Frente a la exposición de estos teóricos es necesario rescatar la premisa de la importancia fundamental que tienen los padres/cuidadores en la estructuración anímica y psicológica de sus hijos/as tanto y cuanto sean capaces de sostener un “deseo que no sea anónimo”.
El psicoanalista francés Jacques Lacan, en su estudio a estos autores y en las propuestas teórica que elaboran, resalta que no solo es la madre la responsable del sostén emocional del niño/a que se encuentra en proceso de humanización sino también del padre. Debe entenderse a la humanización como un proceso estructurante en el cual el niño/a pasa a tomar la palabra para vincularse con otras personas y, a través de su singularidad, construir lazos que favorezcan la convivencia con otros.
La escolarización, es decir, la inserción de un niño a una institución donde se formalizan los procesos de aprendizaje (escuelas) es el lugar donde se va a dar cuenta si, la estructuración anímica de un infante, se ha posibilitado.
Es decir, la escuela es heredera de lo que en la vida familiar se pudo construir y, a partir de esta “materia prima”, poder posibilitar otros procesos que permitan al niño o niña acceder a la cultura con el respeto a la vida y, con ello, a los otros con quienes convive. Frente a los síntomas en la infancia o a las dificultades en la estructuración subjetiva la pregunta deberá dirigirse hacia qué condiciones posibilitaron que estas situaciones se manifiesten.
Es necesario mencionar, solo para tener un panorama general de lo que hoy acontece, qué efectos pueden producirse en la vida de un niño cuando sus vínculos en casa son principalmente una pantalla digital. Invito a los lectores a percatarse en un restaurante de qué forma los padres “tranquilizan” hoy a los niños sino es con un celular: palabras y vínculos quedan excluidos. René Spitz evidenció que, a pesar de que los niños hospitalizados tengan cubiertas las condiciones básicas para la vida (agua, comida, calor), ésta no se consolida si no existen vínculos emocionales.
Hoy deberá revisarse estas circunstancias: no es la cantidad de objetos materiales sino el afecto parental que sostiene y humaniza.
No se puede dudar de que la familia (papá, mamá, abuelos, cuidadores) sostienen la vida de un niño o niña que ha nacido. La vida emocional permite principalmente que, en la escuela, pueda un niño ingresar a la aventura de aprender pues, la invitación ha sido dada desde la transmisión de ese deseo que los padres son capaces de dejar como herencia humana a sus hijos. El deseo posibilita a la misma vida: un niño que de grande quiere ser ingeniero como su padre por eso disfruta de las sumas y restas. Me pregunto: ¿qué herencia estamos dejando hoy a nuestros niños y niñas?
Psc. Cl. Álvaro Rendón