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Si buscamos la etiología de la palabra educación nos encontramos con un debate filológico de 2 raíces: educare que significa nutrir o criar y exducere que involucra sacar o extraer desde adentro. Esta ubicación simbólica la podemos precisar también en la vida de un niño y una niña cuando comienza su proceso formal educativo. Por un lado se espera que las maestras y docentes sean capaces de brindar todo el conocimiento posible basado en las competencias y habilidades cognitivas que exige hoy nuestro mundo globalizado: manejo de diferentes idiomas, conocimiento cultural expandido, dominio de las ciencias y las redes tecnológicas. Aquí nos enfocamos en nutrir significativamente el potencial que un niño y niña posee para lograr que estas habilidades escolares le permitan acceder, en proyección, a una educación superior y profesional.
Pero deteniéndonos se abre la interrogante: ¿desde dónde
llega un niño y una niña a introducirse a una institución educativa? Respuesta
sencilla: de su seno familiar. Los padres y la función que ejercen dan un lugar
al niño en el mundo: antes de nacer, ya tiene un nombre, sueños e ideales.
Involucrarse al mundo y la cultura es una invitación que solo la pueden
realizar papá y mamá puesto que su transmisión hace una apuesta por extraer
desde adentro el deseo propio que humaniza y se transmite mediante actos de
amor.
Los niños y niñas son capaces de preguntarse para sí mismo
qué lugar ocupan en la mirada de sus padres. Por eso, cada acto, a manera de
detalle: un padre o madre que se levanta más temprano para dejar a su hijo en
la escuela; o que se sienta a dialogar sobre cómo le fue en ese día en su
jornada escolar; o una invitación a practicar un deporte los fines de semana,
marcan significativamente la mente y el cuerpo del niño en tanto le permite
tener una idea de qué son para el otro parental. Y la respuesta a esta
incógnita humana se teje desde una posición de privilegio que humanice y
sostenga.
Es decir, si bien se puede nutrir con la mejor educación
formal a un niño y niña no es más importante que el reconocimiento y la guía
que han hecho sus padres para que ese niño descubra su mundo que viene desde lo
más íntimo de sí. Será entonces que la educación está marcada por la confianza
que depositaron los niños a sus los padres quienes son los primeros en
invitarlo a conocer el mundo.
Un famoso psicoanalista puntúa que la mayor labor de los
padres y la más importante es la transmisión de un deseo que no sea anónimo.
Esto se traduce en que con la compañía de sus padres, un niño construye su
deseo de explorar y conocer el mundo siendo esta fuerza la que conecta al amor
por el conocimiento, o el Logos como lo denominaron los griegos, hacia la
búsqueda y la verdad que está matizada desde las más tempranas palabras que sus
padres han podido nombrar y con las cuales, un niño y una niña, son capaces,
juntos con otros, de nutrir y nutrirse en el encuentro con la humanidad.
Por: Psic. Clín. Alvaro Rendón Chasi
Por: Psic. Clín. Alvaro Rendón Chasi